ANA LÓDOLO DE COIZ, luego DE BIGOT.

ANA LÓDOLO DE COIZ, luego DE BIGOT.
ANA LODOLO DE COIZ, un símbolo de la imigración friulana, llegada a la Colonia 3 de Febrero en 1879

domingo, 2 de mayo de 2010

AMÉRICA ERA EL SUEÑO DEL ORO FÁCIL

La fábula del oro desde el descubrimiento de América fue la ilusión, el sueño inalcanzable de todos los pueblos y aldeas, en las que palpitaba el mismo deseo: partir hacia el lejano suelo americano en busca de una vida mejor.
La América era la Atlántida de las fábulas, llena de riquezas y buenaventuras, cuya sola evocación era un motivo más que suficiente para visiones esplendorosas, opulencias deslumbrantes y vidas liberadas para los aldeanos del Friuli que soñaban despiertos mientras masticaban lentamente lo poco con que contaban para alimentarse: un pedazo de pan y el infaltable tocino.
El sueño inalcanzable de las riquezas y el oro en América se iba transmitiendo de generación en generación y era un pensamiento dormido, oculto en el interior de los aldeanos, que se iba pasando de los ancianos a los jóvenes y ni las leyendas de barcos de los que nunca más se supo, de monstruos impresionantes, de naufragios en mares de gigantescas olas lograban hacer renunciar a ese sueño de cofres atestados de riquezas, que de a poco se iba transformando en un fanatismo histérico, incrustado en los mismísimos genes de los que en el transcurrir del tiempo no conocían otra cosa más que la miseria y el hambre.
Lamentablemente nadie les decía la verdad a los emigrantes al ser tentados a realizar la travesía hacia América, sobre todo que el oro de los sueños era en realidad el trabajo de sol a sol, sin descanso, lindante con la esclavitud, fatiga y dolor de muchos y ganancia de unos pocos. Nadie les decía en el lejano Friuli que aquellas tierras ofrecidas "sin cargo", sin desembolso alguno, a elegir como en la feria, cuando llegaban aquí estaba en poder de otros, ni tampoco les decían de las penurias y desgracias que les acontecían a los emigrantes que dejaban sus pertenencias, su familia y sus amores para venir a poblar estas tierras casi como quién lucha con la muerte: vencer o morir. Pero, no hay dudas; finalmente. Vencieron!
Los inmigrantes comenzaron a llegar a montones a nuestro país, llenos de esperanzas, inquietos y desorientados, respondiendo a la convocatoria de hombres bien intencionados y a la de otros, mercaderes de la irresponsabilidad y de la codicia; llegaban empujados por un fervor patrio fallido, corridos por el hambre y la esclavitud.
Aún no había desaparecido en el Friuli y otras regiones norteñas de la Italia la opresión "dei signore", cuando todavía se practicaba el denigrante e infame "derecho de pernada" del macho cabrío, que permitía el abuso del patrón de las mujeres de sus súbditos, verdadera bofetada a la dignidad femenina y a la hombría de los varones. En esta época Italia era un país con excedente de población agrícola bajo el régimen feudal. Luego de la guerra ganada a los austríacos en 1866 había comenzado un proceso de industrialización en los territorios recuperados de la región friulana. Sin embargo la población del Friuli, humillada por las sucesivas ocupaciones extranjeras, se reveló contra los acontecimientos políticos y militares posteriores, que no cambiaron en mucho el panorama en general para los colonos, pero que sí mejoraron el estado económico de la burguesía. "Todo cambia para quedar como antes", se expresaría en El Gatopardo.
Los italianos disidentes y los más pobres, los “sotans” comenzaron a aprovechar la hermosa oportunidad que se les ofrecía y optaron por el destierro a América. Algunos por las penurias y el hambre, otros porque disentían con pertenecer a la corona de Italia, con el Papa o con la república italiana. Hay que hacer notar también que, una vez obtenida la unidad de la nación a expensas de los campesinos y contra la voluntad del Papa, éste prohibió la participación de los católicos en la vida política y en la guerra tricolor.
Ante este cuadro de situación resultó fácil para que los desorientados campesinos fueran encandilados por una propaganda hábilmente tramada por comerciantes de nuestro país, ubicado en los confines del globo terráqueo, donde ya no se podía seguir viviendo aislados del resto del mundo con semejante territorio desocupado.
Había sido el General Justo José de Urquiza, desde la Constitución de 1853, quién influenció para que se abrieran las puertas de nuestra patria a todos los hombres de buena voluntad que quisieran habitarla; otros tantos más, de mala voluntad, también aprovecharon esta oportunidad.
Fue de esta manera que, por imposición de la realidad nacional y por las propias motivaciones del pueblo friulano, como de Italia y otros países europeos en general, comenzaron la epopeya de la Argentina de producir la mayor cantidad de semilla posible para un mundo que comenzaba a dar señales de acontecimientos, que al final desembocarían en los conflictos universales.
Desde Londres se había diseñado el destino político para América Latina, especialmente para la Argentina, dándole el rol de proveedor de semillas y alimentos, dependiendo comercial y económicamente de Inglaterra. Por este camino señalado por el capitalismo inglés comenzaban a transitar las clases menos favorecidas de Europa, entre ellas los friulanos, transformándose en “la levadura del inmenso pan que la Argentina comenzaría a distribuir por el mundo”.
En la Argentina estaban esperándolos con los brazos abiertos más que nada aquellos que se habían beneficiado con la expulsión definitiva de los indios, mediante la Campaña del Desierto, que dejó como botín de guerra la interminable pampa húmeda con las tierras más productivas del país y que, al fin y al cabo, quedó en manos de una privilegiada casta de porteños. La sangre india fue en definitiva abono para las tierras que habrían de trabajarse con la mano de obra barata que llegaba de Europa.
En este contexto general de país se enmarcó la colonización, en particular, de nuestra Colonia “3 de Febrero” que, como todo Entre Ríos, también esperaba el aporte extranjero auspiciado por el Gobierno Provincial.

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