CAPÍTULO I
“Lo inevitable es que hay un futuro que nos espera"Indagar en el pasado de nuestra localidad y descubrir el inicio de sus instituciones es realmente apasionante, porque permite retroceder en el tiempo hacia una centuria, en la que han pasado tantos acontecimientos que incitan a plasmarlos de alguna manera, para no correr el riesgo que los absorba definitivamente el tiempo que habrá de venir.
Se acerca un nuevo aniversario de la institución más antigua que fundaron nuestros antepasados y que llamaron en principio “3 de Febrero F.B.C.” para luego adquirir la actual denominación del único club social y deportivo de la ciudad. En su homenaje irá este apéndice, aburrido tal vez, pero que lo merecen todos los que lo hicieron y sostuvieron hasta hoy.
Hay que hacer un comentario previo para desandar el camino que se transitó en los inicios del club; es necesario ubicarse en el contexto general de esa época, cuando arreciaba la primera conflagración mundial, cuando todo dependía del rendimiento de las cosechas y en menor medida de la producción de las lecherías y otras actividades menores propias del campo.
Si había una actividad distinta, en cierta manera, era la que generaban los talleres de Luis Falco, donde se trabajaba a nivel industrial en la reparación y reforma de los motores a vapor que utilizaban las trilladoras; también desde allí y desde otras casas dedicadas al rubro partían para la zafra de las cosechas muchos equipos de trilla, con más de una veintena de personas cada uno de ellos.
Esto quiere decir que los jóvenes de entonces no tenían mucha variedad de opciones y aunque estuvieron radicados varios de ellos en el pequeño casco urbanizado de la colonia, eran más afectos a las costumbres del campo.
La mayoría de los que vivían en el pueblito, que no superaba los cuatrocientos habitantes, estaban relacionados con el comercio a través de sus padres y habían recibido las enseñanzas escolares primarias en la escuela, que ya por entonces había estrenado las dos aulas del edificio de madera habilitadas a principios de 1913.
No había una relación muy fluida con la vecina ciudad, a no ser por lo poco que se podían contactar con la cercana Villa Uranga (ex Villa Giordani), con la que mantenían lazos de familiaridad o de amistad, la que no se extendía más allá del antiguo matadero municipal, en la loma que se llamó desde 1872 en adelante Los Corrales Nuevos y luego como se conoce hasta hoy, simplemente: Los Corrales. Hasta allí llegaba el tranvía arrastrado por caballos que construyera el ítalo - inglés Jorge Suares a partir del permiso que le diera el gobernador Urquiza por 1869 y cuya construcción se inició en 1873.
Hasta ese lugar llegaban los suburbios de la ciudad capital, donde las fondas o bares de Capitani, Coretto, Battaglia y otros, eran la última posta antes de adentrase en las chacras vecinas, que iban anunciando desde las irregulares lomadas la proximidad de la campiña; caminos de tierra mal cuidados (que no envidiaban a los de hoy) conducían hacia lo que es calle Miguel David, por donde las parcelas sembradas, se entremezclaban con los corrales donde se encerraban las vacas de varias lecherías, desde aquellas desde donde muy temprano arrancaban sus propietarios con los carros para repartir la leche a domicilio.
Y más adelante la gran colonia; la intacta colonia en sus costumbres, en su estilo ancestral en el laboreo de la tierra, encerrados en su propia idiosincrasia, que nada tenía que ver con la vecina capital provincial. Allí pululaban en sus colinas hombres y mujeres trabajando en las chacras, ya sea sembrando al voleo, ya deschalando maíz, ya engavillando en la época de la cosecha fina. Generalmente los muchachos debían cuidar de los animales en los caminos vecinales y las jóvenes conocían también la rudeza de la vida chacarera, pero aprender corte y confección era para ellas como una carrera universitaria.
Había que cumplir sin que el frío, la lluvia o los calores agobiantes detuvieran las tareas habituales. Pero al tiempo fueron comprendiendo que la vida no era sólo trabajo y buscaron su desasosiego. Al principio lo encontraron en los almacenes, los boliches que tenía el pueblito, donde el alcohol era un aliado insustituible de la charla franca, amena e interminable de los paisanos que contagiaban con la sinceridad y verdad de sus manifestaciones, tan propias del hombre de campo; allí descubrieron las carreras cuadreras y la taba como otros medios de distracción.
Pero más tarde comprendieron que no todo debía ser trabajar o “burrear”, que necesitaban un complemento en la asociación cultural, social o deportiva, aunque hasta ese momento tuvieran en la habitual práctica religiosa algún vestigio de vida en comunidad.
Este es un trazo grueso de lo que era en la década del ‘10 del siglo XX la Colonia 3 de Febrero, con su casco poblado que desde 1887 comenzara a llamarse San Benito. Sobre este contexto hubo que iniciar una búsqueda, muy difícil por cierto, de datos concretos que corroboraran muchos versiones existentes hasta la fecha. Si es que en algún momento pudiera aparecer alguna contradicción no deber ser tomada como la negación a lo conocido hasta la fecha, sino que viene a servir como un aporte más que enriquezca el conocimiento sobre el pasado.
Para narrar la historia de las instituciones, de los pueblos, de las personas se origina una responsabilidad que implica la obligación moral de despojarse de toda parcialidad; escribir esta narración acerca de la vida de la principal institución deportiva y social de la ciudad es un desafío difícil de afrontar, desde la falta de los libros de actas, que pudieran ayudar a descifrar lo ocurrido en tantos años, a la reticencia de los que guardan valiosas informaciones y fotografías que son el fiel reflejo del ayer.
Esta razón conlleva a acudir a la prensa escrita, muy rica en informaciones, para determinar un hilo conductor en la narración que viene, corriéndose el peligro de ser interpretado como poseído de una parcialidad inexistente. Se trata, nada más ni nada menos, del valioso material que guardan los archivos y hemerotecas más importantes de la capital provincial. Allí hubo que acudir para saciar la curiosidad de saber acerca de la vida de una institución que se ha mantenido en el tiempo, pese a las muchas dificultades por las que ha atravesado.
No eran muchos los medios escritos que existían desde 1910 en adelante en Paraná; había desaparecido “El Entre Ríos” a fines de 1912 (volvió a aparecer en 1918) y nació “La Acción” (1912), luego arrancó “El Diario” desde 1914. Años más adelante apareció “La Mañana” por 1921 y fue esporádica la vida de otros diarios como “El Tribuno”, “La Provincia”, “Tribuna” (1928), “El Tiempo” (1929), “La Libertad” (1932), y otros tantos.
Para arribar a esta narración hubo que recorrer algunos centenares de diarios e indagar dentro de sus ajadas páginas, buscando en sus rincones alguna noticia que nos refiriera algo acerca del modesto club de la campiña paranaense. No fue en vano; se puede afirmar que se ha logrado medianamente hilvanar una consecución de acontecimientos, que permiten arriesgar esta opinión: puede tomarse, si alguno lo quiere, como la Historia del Club Atlético y Social San Benito.
A simple vista puede aparecer como carente o trunco este resumen por el faltante del rico folclore popular, ese inmenso rosario de anécdotas, de versiones orales, que aparecen en cada reunión, en cada oportunidad que se habla de los tiempos que ya fueron. ¡Se merecen el más grande de los respetos!...y estarán siempre ahí para adornar y enriquecer cualquier conversación donde se rememore acerca de la trayectoria del club.
Cuando uno observa el estado vegetativo, inanimado, disociado de la única institución social y deportiva de la ciudad siente cierta impotencia; cuando no se logra integrar una dirigencia comprometida y llena de valores para encarar con pujanza el crecimiento sostenido, se piensa que lo aconsejable es ampliar el horizonte participativo, sin importar las ideas religiosas, políticas o sectoriales.
Se siente una pena muy grande cuando los otrora gloriosos defensores de la divisa rojiblanca y la anterior celeste y blanca dejaron de ser recordados con el afecto y simpatía que se merecen…porque sin esos cimientos nada existiría. ¡Parece mentira que no aparezca por ningún lado el recordatorio que bien se merece el cura Laurencena!, por citar uno y sin dejar de reconocer el esfuerzo de otros tantos buenos dirigentes. Es una deshonra para todos ellos, jugadores y dirigentes, que aquellos trofeos que tanto esfuerzo costaron conquistar en el pasado estén arrinconados como trastos viejos, sulfatados por acción del tiempo e ignorados con desidia o con desprecio.
Cuando uno se encuentra con dirigentes que confunden el azul celeste con el azul de Prusia, cuando se niegan éxitos del pasado para justificar pequeñeces del presente, cuando se equivocan con la traza de la banda roja poniéndola de derecha a izquierda, siendo que el mundo deportivo entero sabe que es al revés, uno siente el inquietante cosquilleo que se produce cuando otros quieren negar y pisar el pasado…
e íntimamente embarga la impresión de que todo pueda ser en vano.
Sin embargo, ¡lo inevitable es que hay un futuro que espera!...
No hay comentarios:
Publicar un comentario