ANA LÓDOLO DE COIZ, luego DE BIGOT.

ANA LÓDOLO DE COIZ, luego DE BIGOT.
ANA LODOLO DE COIZ, un símbolo de la imigración friulana, llegada a la Colonia 3 de Febrero en 1879

lunes, 13 de abril de 2020

BENEDICTO GARAVASO. UN PERSONAJE SINGULAR



No por ser el primer cura que se estableció en la Colonia “3 de Febrero” para fundar lo que se llamó por su nombre: Pueblo San Benito, merece unos párrafos especiales este italiano ignoto, cuyo paso fue fugaz por el Obispado de Paraná (1887 - 1891), cumpliendo funciones en el Hospital de la Caridad y en la Vice Capellanía de San Benito Abad. Sus datos de filiación son muy escasos y algunos de ellos son contradictorios. En efecto, del cura Benito Garavaso hay desde comentarios que lo elevan hasta hechos que lo vinculan a irregulares operaciones con inmuebles y con el Banco Provincial, de quién había obtenido una Hipoteca.

Ya se ha narrado su gran actividad pastoral y educativa, su dirección en la construcción de la capilla, su relación con las autoridades provinciales a quiénes les propuso en su momento traer alrededor de 7.000 nuevos inmigrantes, el subsidio obtenido en 1889, etc. Sin embargo hay otras aristas que merecen desatacarlo, ya que su inserción en la comunidad fue muy fuerte, pero sin dejar mayores detalles se alejó sin dejar rastros luego de casi cuatro años de actividad pastoral.

Sin embargo, rastreando entre viejos periódicos de la época, en el periódico “El Látigo” de Paraná, el 3 de junio de 1893 aparece este grato comentario:
“EL PADRE BENEDICTO. Víctor Hugo ha presentado en su novela “Los Miserables” un tipo magnífico: el del obispo Bienvenido Myriel, sacerdote sin tacha, pastor sublime, corazón inmaculado... Después de retratarle, dice que no responde que el retrato sea verosímil, y que se limita a manifestar que es enteramente parecido.
Con estas palabras hace sospechar el gran poeta que su pintura no tiene original, que es hija de la fantasía, y que los hombres como el obispo Myriel son tipos ideales tan inverosímiles como asombrosos.
Sin embargo, el tipo presentado por Víctor Hugo existe. Hubiérase sorprendido el autor de “Los Miserables” al hallar encarnados en la figura real de un sacerdote italiano todas las virtudes que acumuló su rica imaginación en un personaje de novela.
El sacerdote a que  me refiero y a quién solo llamaré el padre Benedicto, porque no estoy autorizado para revelar todo su nombre, era humilde párroco de una villa de Italia y pertenecía a una noble y poderosa familia.
Desdeñando los halagos de la fortuna y sintiendo la más completa indiferencia por las debilidades humanas que se llaman lujo, riqueza y vanidad, dedicó su hermoso talento a la contemplación de las maravillas de la naturaleza, su pensamiento a Dios, su inteligencia a la religión del crucificado y sus bienes y su voluntad a los menesterosos.
El obispo Bienvenido Myriel tenía una larga lista de gastos; destinaba mensualmente varias cantidades para las misiones, para mejorar las cárceles, para las sociedades caritativas, para el alivio y rescate de los prisioneros, para los enfermos del hospital y para otras obras no menos benéficas. La lista de gastos del Padre Benedicto era mucho más corta: reducíase a este solo renglón: “Todo para los Pobres”.
Los recursos particulares que disponía, por cuantiosos que fueran, no bastaban para satisfacer sus “obligaciones”, porque para él obligación era socorrer al necesitado, consolar al triste y auxiliar al indigente con las palabras y las obras. Jamás hablaba a los ricos sin procurar que el diesen algo para los pobres, jamás hablaba a los pobres sin dejarles un recuerdo efectivo de su inagotable bondad.
Según él, los consejos para el alma eran poca cosa cuando no les acompañaba el pan para el cuerpo. Así lo practicaba: exhortaba con la voz y socorría con las manos.
Valiéndose de la persuasión y del ejemplo, entraba en todas partes, lo mismo en la morada del poderosa que en la choza del proletario. A unos y otros dejaba consuelos. Y de unos y otros obtenía las bendiciones más fervientes... Cuántos le conocían saludábanle con respeto y amor y le franqueaban las puertas de sus hogares como se abren las flores a los rayos del sol y le abrían sus corazones como se abre el alma a la luz de la esperanza.
Se deleitaba enseñando a los niños las bellezas de la doctrina y las prácticas del evangelio, todo cuánto puede ser fructífero y provechoso en los cerebros infantiles: más antes de enseñarles los atraía con dádivas; apelaba al interés para inculcarles la virtud y se valía de una pequeñez para darles un tesoro.
Era ambicioso, con la ambición más digna y noble: ansiaba tenerlo todo para repartirlo entre los desheredados de la fortuna. Pedía incesantemente a los que estaban en situación de dar algo, para poder dar algo a los que menos tenían. Los pobres adivinaban su presencia: por donde quiera que iba él, iban ellos. Dondequiera que había pan allí estaba el sacerdote para comprarlo y repartirlo. Jamás pudo conservar en su poder ni una moneda;  con una mano recibía el dinero y con la otra lo daba.. Era incorregible, según decían muchos de sus amigos, era un Dios, según afirmaban los indigentes.
Cierto día, en lo más crudo del invierno, se encontró a un pobre, casi desnudo, sin un pedazo de lienzo que amparara del frío sus demacradas carnes. El Padre Benedicto echose mano al bolsillo, más este, como de costumbre, no tenía nada. ¿Qué hacer ?... el Padre Benedicto quitose rápidamente la sotana y la chaqueta y cubrió con ella al infeliz harapiento. Enseguida huyó como si acabara de cometer un crimen.
De estos lances está llena su memorable historia en Italia; cada uno de sus pasos era un acto benéfico; cada una de sus acciones era una obra de misericordia. En él rebosaba de continuo el sentimiento de la caridad.
Entre los hechos de su vida hay uno que basta para juzgarle. Sus méritos le habían elevado ala dignidad de cura rector. En la Capital de Italia abundaban los pobres más que en la parroquia, y el padre Benedicto no podía socorrer a todos. Entonces concibió la idea de ir a Roma, cual nuevo peregrino, en busca de recursos para los menesterosos. Solicitó y obtuvo el permiso, llegó a la corte y se presentó a uno de sus más cercanos parientes, que a la sazón ocupaba un alto puesto en el Gobierno; le expuso el objeto de su viaje, y en el acto recibió de manos de su deudo un cuantioso donativo suficiente para llenar el fin deseado. Ya satisfecho, dedicose el padre Benedicto a recorrer los templos y hospitales de la ciudad, solo con el propósito de ver algo. Pero ¿a dónde iría el bienhechor que no hallara una necesidad que socorrer?
Aquí también los pobres adivinaban su presencia; aquí también la bolsa siempre abierta del generoso sacerdote prodigó auxilios a los desgraciados.. Y el padre Benedicto, después de una feliz expedición a los barrios más humildes de Roma volvió a la casa de su pariente con el alma henchida de gozo, porque el día “no se había empleado muy mal”.
Más, !oh contrariedad imprevista!, el cuantioso socorro había desaparecido invisiblemente: de la bolsa del cura acababa de pasar a los pobres. El padre Benedicto jamás contaba lo que tenía ni lo que daba: estuvo dando hasta  el último maravelí. ¿Qué dirían los pobres de su pueblo? ¿cómo volver con sus manos vacías?
Entonces comenzó a padecer el noble filántropo las consecuencias de su generosidad. ¿Cómo descubrir su “despilfarro incalificable”? ¿Cómo obtener otra vez la suma “derrochada” de un modo tan imprevisto? No podía decir que había perdido el dinero porque sus labios nunca se manchaban con la mentira. No podía pedir lo que ya se le había dado. No podía, en fin, regresar a su parroquia sin llevar el ofrecido socorro a los pobres.
La situación era difícil, dudoso el remedio y fatal el resultado. El padre Benedicto, cogido en la ratonera, empezó a entristecerse y en vano quería su familia averiguar la causa de tan repentino disgusto.
Pero las acciones grandes, ya sean buenas o malas, no pueden permanecer ocultas mucho tiempo. Se supo en breve que había llegado a Roma un ángel en figura de sacerdote, un benefactor incógnito, que sin darse a conocer más que por sus obras, sin propalar sus actos caritativos y sin ofender en lo más mínimo la natural vergüenza de los menesterosos, acababa de socorrer a varias familias que yacían en la desesperación. Una de estas familias, compuesta de seis desgraciados, había recibido del filántropo misterioso todo cuanto necesitaba para pasar de la miseria a la abundancia y a la felicidad, y no sabiendo como pagar tan grande beneficio, daba a todo el mundo las señas exactas del magnífico bienhechor, señas que llegaron a ser del dominio público, y a servir de pasto a los gacetilleros y que convenían perfectamente con las señas personales del Padre Benedicto.
Cuando llegó la noticia a oídos de la familia del atribulado sacerdote, comprendieron todos los individuos de aquella que el hecho se refería al Padre Benedicto, y deseando que declarara la verdad, le refirieron punto por punto el caso, sin olvidar las señas del misterioso personaje.
El Padre Benedicto, aunque inmutándose como el reo que ve descubierto su delito, dijo únicamente estas palabras: - !La limosna que se da al desgraciado, Dios la manda, y él solo sabe por quién la envía; no pretendáis indagar más porque será en vano!...
Juzgando inútil insistencia, trató la familia de averiguar se existía en poder del cura la cantidad destinada a los pobres del pueblo, y después de escrupuloso registro, quedó comprobado que el Padre Benedicto no conservaba ni un centavo.
Entonces, anticipándose a sus deseos, y compadecidos de su angustia, sus mismos parientes le dieron otra cantidad igual a la gastada y le metieron en la diligencia que salía para su pueblo.
Solo así pudo llegar a  manos de los pobres de aquella villa el dinero que su buen amigo le había ofrecido hallar en Roma.
Tal es el célebre Padre Benedicto. Los que le conocen pueden decir si este retrato es copia fiel de su original tan  admirable. Los que le conocen quizás no le vean tan sublime como en realidad lo es, porque las grandes figuras solo aparecen en toda su plenitud cuando se miran desde lejos, a través del tiempo, de la distancia y de la aureola de la Historia.
Después de trabajar sin descanso en Europa, el Padre Benedicto se embarcó para América y hoy se encuentra en esta República, en esta Provincia, en... callemos por ahora.
Más tarde seguiremos esa historia y el presente artículo formará el primer Capítulo de la vida del sublime Padre Benedicto... A.F.”[1].

Con este ilustrado comentario sobre el misterioso Padre Benedicto Garavaso, cuyo paso fugaz pero fructífero por San Benito dejó el rastro incontrastable de sus obras, se pueden comprender las que parecían raras actitudes, como las relacionadas a las tierras que poseía en el corto tiempo que estuvo en la zona o las relacionadas al terreno de la iglesia ó los pagarés impagos que el autor tiene en su poder como verdadera reliquia, o el subsidio de 8.889 pesos que gestionara en 1889 al Ministro Torcuato Gilbert que lo visitó oficialmente o el remate que le hizo el Banco Provincial de Entre Ríos. Fue Benedicto Garavaso el personaje que realmente describe esta nota, que, sin exageración, lo pinta tal cual.

La iglesia de San Benito ha tenido en su rico historial de más de cien años muchos curas que la prestigiaron más allá de su jurisdicción y que la hicieron constituir en el eje de las actividades que iban más allá de lo estrictamente religioso. Sin embargo, el cura Benedicto Garavaso fue un hombre que merece el homenaje permanente y es por ello que lleva su nombre una calle de la localidad.

La descripción de Garavaso permite comprender la razón por la que, en su corto paso por la zona, tenía tantas propiedades. Sin dudas que llegó a estas tierras con dinero provisto por su acaudalada familia, relacionada con la corona de Italia, que invirtió en bienes raíces para preservarlo. El 2 de abril de 1888, ante el escribano Ezequiel Balbarrey, le compró a don Juan Bautista Solaro las cuatro manzanas circundantes alrededor de la Capilla inaugurada once días antes, en dos mil pesos moneda nacional al contado. De esta escritura se rescata que la manzana que estaba destinada a “Plaza” era la que se ubica entre las calle Friuli, Ramírez, Irigoyen y Rivadavia. Garabaso compró la que estaba al norte de la Capilla y las tres que arrancan desde el predio del club hasta la calle Irigoyen[2].

El 2 de enero de 1890 el cura Benedicto (Benito) Garabaso le vendió  a don Diego Ruiz González dos lotes que tenía en el Barrio San Martín, entre las calles Ramírez, Urquiza, Rivadavia y Libertad que le había comprado a don Eugenio Zachini el 11 de marzo de 1889; estos lotes medían 26 mt. de frente por 112, 58 mt. de fondo y los vendió en 3.500 pesos moneda nacional en efectivo[3].

Por escritura de fecha 24 de setiembre de 1890, ante el escribano Ezequiel Balbarrey, “en virtud de que el Presbítero don Benedicto Garabaso había construido de su peculio propio la Casa Parroquial (y escuela) y cedido el edificio al Obispado, éste le transfirió al nombrado Presbítero fracciones del terreno donado por Solaro” y que se componía en total de 6.061,82 metros cuadrados, incluyendo los terrenos de las actuales escuelas, la Plazoleta Islas Malvinas, el baldío de calle Rivadavia y 9 de Julio y la esquina de Rivadavia y Friuli[4]. También Benedicto Garavaso tenía un campo en Auli (María Luisa) compuesto de alrededor de una concesión de veinte manzanas.

Confirmando la descripción de “El Látigo” el cura Garavaso tuvo problemas con el Banco Provincial y mandado a juicio por hipoteca, el 3 de julio de 1896, en “El Entre Ríos” de Paraná se comenzó a publicar oficialmente este edicto oficial: “CÉDULA. Señor Benedicto Garabaso. Hago saber a Ud. que en el juicio ejecutivo por cobro hipotecario de pesos que le sigue ante este Juzgado de Primera Instancia en lo Civil y Comercial a cargo del Dr. José Marcó el Banco Provincial de Entre Ríos de esta ciudad, S.S. el Sr. Juez ha dictado la resolución  cuya parte dispositiva es como sigue: Paraná, Junio 15 de 1896 - Y vistos: este juicio ejecutivo seguido por don Mariano G. Montaño en representación del Banco Provincial de Entre Ríos contra don Benedicto Garabaso y resultando - Por estos fundamentos definitivamente juzgando fallo:  mandando  se lleve la ejecución adelante, hasta hacer el ejecutante íntegro pago de la cantidad de dos mil setecientos ocho pesos moneda nacional y sus intereses legales que serán oportunamente liquidados con especial consideración en costas al ejecutado. Hágase saber; regístrese y repónganse los sellos. - JOSÉ MARCÓ - ante mí - Lázaro Sein -Ste. Lo que se hace saber a Ud. en esta forma por ignorar su paradero. Paraná, Julio 2 de 1896. Lázaro Sein. Sto”[5].

El Banco Provincial le hizo el juicio ejecutivo y el Juez Marcó le otorgó al mismo, el 17 de diciembre de 1897, los títulos de tres terrenos que el cura Garavaso tenía en San Benito, al norte de calle 25 de Mayo, entre Ramírez y Libertad, los que fueron asentados en el Libro de Protocolo del escribano Manuel A. Calderón por el escribano Ramón J. Coronel[6].





[1] Sábado 3 de junio de 1893. “El Látigo”, periódico de Paraná. Hemeroteca del Archivo General de Entre Ríos.
[2] Folio 357. 2/4/1888.Libro de Protocolo del Esc. E. Balbarrey. Archivo de Tribunales de Paraná.
[3] Folio 63. 28/1/1890. Libro de Protocolo del Esc. Manuel Calderón. Archivo de Tribunales de Paraná.
[4] 3/7/1929. Informe del Obispado al Juez Manuel Tezanos Pintos. Archivo de Títulos del Arzobispado de Paraná.
[5] 3/7/1896. “El Entre Ríos” de Paraná. Hemeroteca del Archivo General de Entre Ríos.
[6] 3/7/1929. Informe del Obispado al Juez Manuel Tezanos Pintos. Archivo de Títulos del Arzobispado de Paraná. 


1 comentario:

  1. un himno a sus compatriotas muertos, un canto de esperanza, en el cual nos invita “trazar un programa de vida a la luz de Montecassino y de San Benito, del mensaje de San https://noticiasdelalin.es/que-fue-la-conquista-de-tenochtitlan/

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